02 enero 2010

Informe sobre teléfonos móviles de Facua

Facua - Consumidores en Acción, ya en Junio de 2001 , editó un informe sobre los teléfonos móviles, este es un pequeño resumen, al final se puede descargar un PDF con el informe completo.


Si las dudas sobre los posibles efectos térmicos de los móviles son de por sí inquietantes, el problema se agrava cuando una serie de estudios señalan posibles efectos no térmicos.


Algunos estudios han apuntado efectos sobre el comportamiento de los sujetos (aparición de estrés), alteraciones en el sistema inmunológico, incremento de la presión arterial, dolores de cabeza, ampliación del tiempo de respuesta, trastornos del sueño..., pero, sin lugar a dudas, el efecto que más preocupa a los ciudadanos es la posible inducción de tumores cerebrales o cualquier otro tipo de cáncer en el organismo.

El Informe Steward, realizado a instancias del Gobierno británico y publicado en mayo de 2000, reconoce la posibilidad de efectos atérmicos (es decir, al margen de la elevación de la temperatura corporal que se deriva las radiofrecuencias) causados por los teléfonos móviles y por sus estaciones base: "Existe evidencia científica que sugiere que pueden producirse efectos biológicos por exposiciones por debajo de estos valores de referencia [los de la Icnirp]. Concluimos que hoy en día no es posible decir que la exposición a radiofrecuencias, aunque sean inferiores a los valores nacionales está desprovista totalmente de efectos adversos para la salud, que el conocimiento que tenemos de indicios justifica la aplicación de un principio de cautela".

Las normas de seguridad aplicadas en la actualidad son "claramente inadecuadas", según el biofísico Gerard J. Hyland, que emitió en 1999 un Memorando sobre Teléfonos Móviles y Salud en el que advierte que estas normas no consideran los posibles efectos nocivos para la salud relacionados con el hecho de que los organismos vivos pueden responder a intensidades muy por debajo de los límites marcados por las mismas. De hecho, ilustra este parecer con un ejemplo simple: la capacidad que posee una luz de flash funcionado a una cierta frecuencia de inducir ataques epilépticos en personas sensibles a ello.

El informe del doctor Hyland continúa afirmando que "es totalmente irrazonable suponer que nuestro cerebro es inmune a esta agresión electromagnética cuando, por otro lado, se recalca repetidamente la prohibición de usar teléfonos móviles en los aviones bajo el argumento de que sus señales pueden interferir el sistema de control del avión". Y concluye: "las normas de seguridad existentes no protegen ni pueden proteger contra cualesquiera efectos nocivos para la salud que puedan estar ligados específicamente con la naturaleza ondulatoria de la radiación. Las habituales normas de seguridad no toman en consideración el estado viviente del organismo irradiado. Por consiguiente, la filosofía dominante debe ser considerada como fundamentalmente errónea".

Según sus propias conclusiones, la situación puede compararse con la diferencia entre poner la mano en el fuego, acto del que se deduce inmediatamente que se producirá una quemadura, y entrar en contacto con el virus de la gripe, cuyas consecuencias no serán las mismas para todas las personas: unas desarrollarán la enfermedad y otras no.

Los experimentos llevados a cabo en 1998 por el doctor Lebrecht von Klitzing, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lübeck (Alemania), con voluntarios que utilizaban el teléfono móvil, mostraron que sus radiaciones provocaban alteraciones significativas en la frecuencia cerebral, manteniéndose los efectos incluso veinticuatro horas después del uso.

El doctor José Luis Bardasano, director del departamento de Especialidades Médicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid, España), se encuentra actualmente desarrollando una investigación sobre la influencia que las ondas electromagnéticas de baja frecuencia pueden ejercer sobre los tejidos humanos. Según admite, "existe una reacción por parte de los tejidos humanos cuando son sometidos a radiaciones. Lo que no sabemos es si son negativas o inocuas".

A pesar de su distanciamiento de posiciones alarmistas, Bardasano explica que los campos electromagnéticos (que no sólo se producen en el campo de acción de antenas de telefonía móvil, sino también, por ejemplo, en la proximidad de líneas de alta tensión) tienen la capacidad de afectar al funcionamiento de la glándula pineal, un pequeño órgano situado en el centro del encéfalo y que es el encargado de regular los ritmos vitales (conocidos como ciclos circadianos).

Según explica el doctor Bardasano, la glándula pineal está sincronizada con la luz solar y, en menor medida, con el magnetismo terrestre. Una de sus funciones es la de producir por la noche una hormona: la melatonina, un antirradicales libres que produce ritmo en el organismo y actúa como un potente anticancerígeno, sobre todo frente al cáncer de mama. Y cuando una persona está sometida continuamente a un campo electromagnético, la producción de melatonina desciende.

En 1997, los científicos Javier Núñez, Rolf Veen y Raúl de la Rosa realizaron un experimento con ratones en el Departamento de Biología Animal de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Valencia (España). "Diseñamos el estudio para que los ratones recibieran unas dosis similares a las que está sometido un usuario medio y los resultados han sido concluyentes", explica De la Rosa. "El ciclo circadiano de los ratones, es decir, el descanso y la actividad [regulado por la glándula pineal], se ha visto afectado de forma significativa. Esto quiere decir que la radiación procedente de un teléfono móvil genera un fuerte estrés". "Evidentemente, una persona no es un ratón, pero hay que decir que el estrés se produjo de forma inmediata al recibir las llamadas y no desapareció al eliminar la radiación. Además, se pueden usar factores de escala y peso para extrapolar los resultados al ser humano, con lo cual queda manifiesto el potencial efecto sobre el sistema nervioso", concluye.

Otras investigaciones se han centrado en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, como un estudio realizado por el neurólogo Leif Salford, de la Universidad de Lund, de Suecia, en el que la exposición de unos ratones durante dos minutos a radiación de telefonía móvil destruía la barrera hematoencefálica, sin producir calentamiento, exponiendo los tejidos cerebrales a las proteinas y toxinas. Esto significa que una serie de macromoléculas que se encuentran en la sangre pueden pasar al cerebro, exponiéndolo a las proteínas y las toxinas. Este resultado hace a la telefonía móvil sospechosa de favorecer la aparición de enfermedades degenerativas como Alzheimer y Esclerosis Múltiple.

Una investigación realizada por una entidad alemana, la Sociedad Internacional para la Investigación de la Contaminación Electromagnética (IGEF, en sus siglas en alemán), en 280 viviendas situadas en las cercanías de antenas de telefonía móvil, puso de manifiesto que un número significativo de personas que vivían en dichas casas desde hacía más de diez años empezaron a padecer, al poco tiempo de la instalación de las antenas, dolores de cabeza frecuentes, irritabilidad nerviosa, presión arterial alta, arritmias cardíacas, trastornos del sueño, mareos y bloqueos mentales.

Un estudio realizado en 1997 en la Clínica Mayo de EE.UU. sobre 980 personas que llevaban un marcapasos comprobó que en un 20% de los casos el uso del teléfono móvil interfería en los impulsos eléctricos de los implantes. En 7% de las ocasiones este efecto producía algún tipo de síntoma en los pacientes.

Por su parte, un estudio llevado a cabo por Kenneth J. Rothman, jefe de un equipo del Instituto de Investigaciones Epidemiológicas de Newton Lover Falls, en Boston (Massachussets, EE.UU.), que revisó los expedientes médicos de más de 300.000 usuarios de teléfonos móviles y que concluyó que "la única causa letal para la cual existe un aumento de riesgo relacionado con el tiempo de uso del aparato es el accidente de circulación". Una investigación llevada a cabo en Toronto (Canadá) sobre este particular concluía que el riesgo de sufrir una colisión mientras se conduce es de tres a seis veces más alto si se utiliza el móvil al volante.

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