El mensaje es que, a pesar de que la IARC acaba de clasificar las microondas como posiblemente cancerígenas, si usted no tiene el problema ése extremo y raro de las personas EHS, puede usted seguir disfrutando de los sistemas inalámbricos a placer. Los medios de comunicación generan esa falsa confianza porque no precisan que las personas EHS sufrimos efectos por el impacto de estas radiaciones, pero, por lo general, no instantáneos ni fulminantes. Hay exposiciones muy fuertes que sí nos producen síntomas inmediatos, pero a no ser que tengamos un nivel de EHS muy avanzado (conocemos a personas que lo tienen y no pueden vivir en las ciudades), a la mayoría de las personas EHS, el que nos afecte más o menos depende de dónde y cómo sea la exposición. Si se tomaran algunas medidas para reducir la contaminación electromagnética en nuestro entorno, podríamos hacer vidas normales.
Aunque la mayoría de las emisoras de radio nos permiten explicar nuestro problema en directo y mejor, los principales periódicos y cadenas de televisión editan y montan los reportajes a su gusto y acaban caricaturizando nuestra situación. El resultado es que evitan transmitir el mensaje de que, con medidas tan sencillas como alejar las antenas de telefonía móvil de las viviendas, colegios, residencias de ancianos, parques y otros lugares sensibles, prohibir el uso del móvil en lugares públicos cerrados y en el transporte público, quitar el WiFi de lugares públicos y centros de enseñanza y trabajo y recomendar, como se hace en otros países, que no se pongan sistemas inalámbricos en las oficinas y viviendas, sobre todo en edificios de pisos -para evitar contaminar a los pisos colindantes-, las personas EHS sufriríamos menos y no nos veríamos tan marginadas de la vida social y laboral. Además, con medidas así de razonables (no muy distintas de las que se han tomado con el tabaco para evitar la contaminación pasiva), también se reduciría muchísmo la exposición a las microondas de toda la población, como recomiendan el Parlamento Europeo, el Consejo de Europa y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Decir que un móvil nos deja tres días malos-as a los-as EHS, es simplificar demasiado. Y las medias verdades suelen resultar peores que las mentiras. Es mucho más esclarecedor especificar que el problema de la radiación de un móvil, por ejemplo, depende de la potencia con que tenga que emitir, de la distancia a que nos impacte y de la duración de la radiación. Es fundamental que la gente sepa que el móvil, cuando se usa en un vehículo en marcha o en recintos bastantes cerrados o metálicos, emite tanto como una antena de telefonía de ésas de los tejados que nadie quiere tener cerca. El vehículo o recinto cerrado se convierte en un horno de microondas, peligroso para todas las personas que estén dentro; y de impacto discapacitante para las personas EHS.
Las personas EHS notamos distintos efectos nocivos (dolor de cabeza, picor y dolor en los ojos, taquicardia, vértigo, insomnio, quemazón en la piel y mucosas, sed intensa, cansancio profundo, adormecimiento de extremidades o de partes de la cara, silbidos y dolor de oídos, dolores en músculos y articulaciones, etc.) prácticamente de inmediato sólo cuando la radiación es muy fuerte o tenemos un nivel bastante avanzado de EHS.
En caso de radiación menos fuerte, los síntomas empiezan tras exposiciones que van de tan sólo quince minutos a horas, según el nivel de EHS de cada persona. Como mínimo, todas las personas EHS notamos los síntomas de una exposición prolongada o fuerte, sobre todo el inconfundible insomnio, al de varias horas de exposición o esa misma noche. Según la persona y la potencia y duración de la exposición los síntomas perduran varios días y noches. Pero, si la exposicíón no cesa pueden hacerse crónicos.
Lo fundamental que habría que decir en los medios de comunicación es que una radiación fuerte o continuada en el tiempo es muy peligrosa también para todas las personas, aunque no tengan síntomas de EHS. Aparte de las personas EHS, son especialmente vulnerables a las radiaciones de microondas las embarazadas, los-as niños-as, los-as adolescentes y las personas mayores o con determinadas enfermedades.
La fuerza con que nos impacta la radiación electromagnética depende de la distancia a que esté la fuente de emisión (móvil, WiFi, antena de telefonía, teléfono inalámbrico, torre de alta tensión, transformador, etc), de la potencia con que emita ese aparato y de si el lugar es más o menos cerrado, metálico o en movimiento. También hay que recordar que los efectos son acumulativos: el móvil de otra persona en el ascensor, los muchos móviles en el metro, las radiaciones de las antenas, el WiFi del bar o la biblioteca, el teléfono inalámbrico de los vecinos-as, etc. se suman a lo largo del día, día tras día, y van desgastando nuestras defensas.
La radiación fuerte, o no tan fuerte pero repetida y continuada en el tiempo, acaba produciendo síntomas de EHS, a mediano o largo plazo para la mayoría de la población, y en cuestión de horas para las personas ya sensibilizadas con EHS. Y lo que nunca se dice en los medios de comunicación, por más que los-as EHS entrevistados-as lo repitamos hasta la saciedad, es que somos el proverbial canario en la mina que alerta del peligro general. El porcentaje de personas EHS en la U.E. es de media ya el 9%. Y vamos hacia el 50% para el 2017, según estudios científicos. La prensa no quiere alertar a la población de que al usar aparatos inalámbricos (móvil, teléfono inalámbrico DECT, WiFi, etc.) se exponen a contraer EHS o cosas peores como tumores cerebrales, leucemias y otros cánceres, ataques al corazón, cataratas y tumores del iris, infertilidad, etc. etc. Decir todas estas cosas sería malo para la industria inalámbrica; y la prensa no quiere enemistarse con clientes tan poderosos.
Entevista a Irune Ruiz en el Correo.com
La radiación de un móvil me deja tres días mala
Sensible a los campos electromagnéticos, Irune Ruiz vive pegada a un medidor de ondas para saber por dónde puede ir y evitar los lugares que le enferman María José Carrero
«Recuerda desconectar el móvil antes de entrar». Cada vez que Irune Ruiz Zamacona queda con alguien repite esta frase a modo de latiguillo. ¿Será una maniática? Esto es lo primero que tiende a pensar el interlocutor. La respuesta es negativa. Lo que le pasa a Irune es que padece de electrohipersensibilidad (EHS), es decir, su organismo sufre cuando está cerca de un campo eléctrico o electromagnético; y cuanto más se expone, más sufre; y cuantas más veces, menor es la resistencia a las ondas. «La radiación de un móvil o del Wi-Fi me deja tres días mala», asegura.
- ¿Qué nota?
- Cuando me expongo, me tiro tres noches sin dormir, con un continuo dolor de cabeza, en los ojos es como si tuviera arenillas, se me seca la garganta.
Estos son algunos de los síntomas que dificultan la vida diaria de Irune. Aún no ha llegado al extremo de tenerse que cubrir con una especie de burka confeccionado con hilos de aluminio para moverse por la calle. De momento, se vale del medidor de intensidad de campo electromagnético, con el fin de detectar posibles contaminaciones en su entorno. «En Basauri, ya sé más o menor por dónde tengo que moverme... pero, claro, ni se me ocurre coger el metro. Todo el mundo va con el móvil. Debería estar prohibido en los espacios públicos, como el tabaco».
Irune Ruiz con el medidor de intensidad |
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no admite la EHS como una enfermedad, aunque países como Suecia así la consideran. En España, tampoco se reconoce como dolencia. Esto, sin embargo, no ha impedido a un juzgado de Madrid declarar la incapacidad permanente y absoluta para una trabajadora por ser hipersensible a los móviles. El juez considera que esta dolencia incapacita a la mujer -con diagnóstico previo de fatiga crónica y fibromialgia- para seguir desarrollando su labor como auxiliar de servicios en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense «con un adecuado nivel de profesionalidad y rendimiento».
Irune tiene referencias de este caso, por lo que no le extraña la resolución judicial. Cree que esta sentencia puede contribuir a que, de una vez, «se empiece a relacionar todo». Con «todo» quiere decir el conjunto de enfermedades englobadas bajo la definición de 'síndrome de sensibilidad central', que es una percha de la que cuelga la fibromialgia, la fatiga crónica, la sensibilidad química múltiple (SQM) y la electrohipersensibilidad (EHS).
Miembro de la Coordinadora Vasca de Afectados por los Campos Electromagnéticos (Ekeuko-Covace), su propia experiencia le ha llevado al convencimiento de que la electropolución es el origen de todos los males que arrastra desde un ya lejano 1987. Hace veinticuatro años, esta vecina de Basauri vivía en Nueva York, donde preparaba una tesis doctoral y trabajaba de traductora para la ONU. De pronto, empezó a sentirse mal. «Estaba muy cansada, tenía un agotamiento extremo, me costaba hasta levantar el brazo. Fui al centro de salud de la Universidad de Columbia y me diagnosticaron mononucleosis. Dos años después, seguía sin curarme. Iba por la vida a rastras. Estaba a tope de alergias y cogía todo tipo de infecciones».
«Problemas de sueño»
A estos achaques se fueron sumando, «pinchazos en el cerebro y problemas de sueño. Así iba tirando como podía». En 2004, Irune volvió a instalarse en Basauri y entró en contacto con el grupo Sagarrak Ekologista Martxan. Es entonces cuando empezó a oír a hablar del riesgo para la salud de las antenas de telefonía. «Entonces caí en la cuenta de que había vivido durante diez años cerca de una torre de telecomunicaciones». Como todo el mundo por esas fechas, esta mujer se hizo con un móvil. Ponerse el celular en la oreja y notar un pinchazo fue todo uno. «Era como si me metieran un alambre por un oído, así que empecé a utilizarlo solo con el altavoz y para mandar mensajes. Pero cada vez era peor, así que dejé de usarlo».
Ella no tiene móvil, pero casi el 100% de la población sí. Ahí están y son emisores y receptores de ondas. Es lo que se llama la contaminación electromagnética que proporcionan los celulares, los teléfonos inalámbricos, las redes Wi-Fi, los hornos microondas, las antenas de telefonía y las de radio o las cámaras y micrófonos espía. Debido a esta proliferación de fuentes de radiaciones, Irune no se separa de su medidor de intensidad de campo electromagnético.
- ¿Y nunca viaja?
- No en transporte público. Y para las vacaciones, cada vez me cuesta más conseguir un hotel. Ahora en cualquier sitio te dicen 'tenemos Wi-Fi' como si fuera una cosa grande... Pero a mí no me deja pegar ojo en toda la noche».
Irune Ruiz trabaja para Sagarrak Ekologista Martxan. Gran parte de su trabajo lo hace desde casa, con el teléfono de siempre. No quiere ondas en su vida. «Hay gente que no nos cree, que piensa que es algo psicológico. En otros sitios ya se admite que es una enfermedad, que es el mal de la ondas».